El nuevo edificio se entiende como la modificación de un recorrido ya existente en el entorno de la Alhambra, de ahí la voluntad de integrarlo en el paisaje, utilizando para ello mecanismos de fusión con la naturaleza circundante que penetra hasta su interior, y de mímesis, adoptando el hormigón de color terrizo tan habitual en intervenciones previas y en el propio monumento. Todo ello con la intención de “diluir” los limites entre edificio y paisaje.

El edificio proyectado se inserta en la suave pendiente del camino que desciende desde las áreas de aparcamiento y, al hacerlo horizontal y situar el acceso próximo al final del recorrido, permite que el visitante tenga una primera visión sobre el conjunto de la Alhambra y el Generalife y por tanto una primera aproximación a lo que desea visitar.

Ese espacio de transición, cubierto por una generosa pérgola, pretende dotar a la visita de un cierto carácter iniciático. La idea de secuencia y tránsito sigue dando forma al proyecto en sus espacios inferiores. Desde la luminosa planta superior se desciende de manera ceremonial hasta alcanzar el hall más bajo, que recupera la pendiente del terreno. Este hall, más oscuro, se abre finalmente hacia la Alhambra. Su pendiente, y la relativa penumbra, pretenden subrayar o aumentar la expectación del visitante ante la proximidad de la visita.

La superposición de los dos espacios de tránsito – el superior, exterior, luminoso y ajardinado; el inferior, casi cavernoso – sintetiza y resume el principio generador del edificio.