Porque creemos en una arquitectura que se construye a partir del lugar, en particular a partir del conjunto de circunstancias que lo caracteriza, nos pareció que el terreno destinado a Edificio de las Artes no podría ser indiferente a la fuerte presencia del río ni tampoco ignorar la proximidad física del centro de la ciudad.

Entendemos que solo así se puede fundar una arquitectura sincera, capaz de comunicar de un modo directo, sin artificios, dotada de una verdadera capacidad de transformar el territorio ya que de él extrae también su razón de ser.

Por eso mismo nos parece que el lugar merece mucho más que aquello que se puede vislumbrar en la propuesta del Plan de Ordenación.  Su condición de “parte” en el paisaje y de prolongación “natural” de la ciudad así lo exige. Es esta doble dependencia la que torna característico el paisaje, cuando la naturaleza por si sola no consigue ser brillante ni tampoco lo urbano consigue ser excepcional.

Del Plan se mantuvieron los usos ya que son adecuados a la expansión que la ciudad necesita y que encuentra aquí su “lugar natural” para acontecer. Lo que se propone es otra manera de hacer, tal vez más articulada y más homogénea en la forma y en los espacios, asumiendo siempre que se tratará de otro (un nuevo) tiempo en la evolución de la ciudad y del territorio.

Por eso la intervención deberá suceder en un único gesto que sea capaz de traducirse en un todo cohesivo, dotado de una fuerte unidad, fundiendo lo urbano con el paisaje. En este sentido, un parque público abierto podrá constituirse como una especie de “podio” con vistas hacia la ciudad y hacia el paisaje que, por depender de ambos, se asume como un soporte de un orden que permite que existan y/o que sucedan otras cosas.

El podio/parque se configura a partir del moldeado del terreno y de la geometría de los recorridos que se establecen desde la ciudad: más próximo de esta, y como modo de complementar el área del campo de juegos existente, se localiza un conjunto de edificios preferentemente destinados a vivienda; en el lado opuesto, queda implantado el Edificio de las Artes, exactamente en el lugar donde existe un meandro más del río y donde la topografía comienza a tornar difícil la construcción; por el medio, se disponen algunos pequeños edificios de equipamiento que, al establecer una puntuación, definen un ritmo, casi una respiración, que mide la escala del conjunto.

Se exploran perspectivas, alineamientos, encuadramientos, distorsiones, compresiones y distensiones espaciales, movimientos y pausas – todo en un encadenamiento en el que, como en la ciudad, lo que cuenta es el espacio disponible entre las cosas y no propiamente las cosas en sí mismas. Como en el trabajo artístico desarrollado por Chillida cuando este cuestiona si aquello que verdaderamente importa es el volumen o la forma de una escultura o si, por el contrario, lo que es importante es el espacio vacío que configura el modo de apreciarla visualmente.

Del mismo modo y exactamente con el mismo criterio se organiza el conjunto del Edificio de las Artes. La Escuela, como “institución del hombre” en el sentido referido por Louis Kahn, es el “lugar” cívico del Conocimiento debiendo por eso constituirse en relación a sus espacios y formas en una alusión a la Ciudad que está en su origen y que constituye la expresión máxima de ese conocimiento y del ingenio inventivo del Hombre. Es un espacio de relación, pleno de referencias a lo urbano – un punto de encuentro.

Por eso todo se concentra en un único punto, donde todo parece comenzar aunque también donde todo acaba – un espacio vacío y abierto, una plaza, para que la ciudad también así esté siempre presente.