Un vacío urbano, así podríamos definir el solar en este momento, una brecha no solo en el lugar sino en toda la ciudad. La senda que atraviesa el lugar como punto de partida. Sendero que atraviesa el límite generando una conexión natural entre ambos linderos. Tensionado el límite actúa como elemento articulador de la nueva parte de la ciudad. Ésta tensión debe aparecer en todos los elementos de la intervención, construcciones tensionadas que el viajero recorre como si de un límite se tratase. Tensión y rotundidad, características que se perciben en todas las imágenes, interior y exterior tratados del mismo modo, de forma que cuando el viajero se introduce en el edificio se diluyen estas fronteras entre interior y exterior.

El límite como lugar

Conceptualmente se tiende a enfatizar la idea de límite como barrera, ahora artificial, que delimita el barrio en este momento pero que al acercarnos, se va diluyendo generando un paso a nivel entre los límites. Herencia del lugar, el proyecto se adapta a la longitunalidad inherente de las vías y que se fractura y horada para convertirse en una serie de volúmenes habitados. La fractura de estos volúmenes permite la aparición de un elemento de paso entre la calle y las vías.

Si bien se toma la arquitectura pirenaica como punto de partida, aquella que presenta cubiertas a dos aguas y grandes naves que en su interior albergaba todo tipo de actividades. Se entienden estas naves como una serie de volúmenes cerrados y oscuros, donde será la luz y la búsqueda del aire la que ira perforando los volúmenes creando compresiones y descompresiones para conseguir distintas espacialidades. De este modo, dualidades como interior-exterior, abierto-cerrado, luz-sombra son las que organizan el proyecto; de modo que aunque exteriormente se presenta como un volumen rotundo e icónico, en su interior se abren una serie de espacios y geometrías que contrastan notablemente con su imagen exterior.