Arezzo es una ciudad de origen romano, con un último perímetro amurallado de un trazado dieciochesco y sus infraestructuras principales (vías férreas, autopistas) fuera del casco antiguo.

El solar donde iba a ubicarse el edificio (finalmente no construido) está ubicado extramuros, enfrentado con un curioso baluarte donde se encuentran las ruinas del circo romano, con una forma producto de la tangencia entre el trazado de la vía férrea y una de las vías de acceso a la ciudad, ambas tangentes a la muralla por una de las puertas, varios centenares de metros al norte. El tejido circundante es completamente suburbano, poco estructurado.

El edificio propuesto encuentra su forma negociando con los espacios públicos que pretendíamos que acompañasen al programa: una gradación de calles que se convierten en plazas que se convierten en jardines que se convierten en parques. El edificio en sí queda contenido en un cuadrado perfecto en planta de 70×70 metros, organizado por una trama estructural de 7×7 metros aproximadamente. Se le dieron dos plantas bajas, la segunda de ellas obtenida rebajando en cuña el terreno sobrante para convertirlo, así, en parque (que podría reciclar las tierras de la excavación).

La gradación de espacios lleva una plaza al interior del edificio, una plaza pública alimentada por un pasaje público que cruza el edificio por su centro geométrico, llamada a ser el centro de la vida pública que genere un programa de estas características. Esta plaza se cubre mediante tres edificios-viga entrelazados entre ellos para minimizar conducciones verticales, apoyados sobre algunos de los pilares de la trama cuadrada, con sus cubiertas apoyadas en las vigas que forman sus fachadas, estructuras unidireccionales de madera recubiertas con baldosa.

Los espacios de trabajo se conciben como salas diáfanas iluminadas con luz cenital en los espacios intersticiales entre la plaza y las fachadas.