«Mi querida Sofía,

Hoy llegué a Tijuana. A espera del transporte que me llevara al otro lado de la frontera, deambulo por un lugar repleto de gente como yo, esperando para salir. Hay vendedores de flores, frutas y tacos en todos los sitios, me encantan los olores, pero yo no puedo gastar más dinero en nuestro lado de la frontera. Ubicado en estas paredes, veo a la gente pasar, son muchos, caminan con calma, paran, huelan la fruta, a veces compran, no hay prisa.

Me duché en un espacio grande, me perdí allí, me senté en el agua caliente y pensé en ti, te echo de menos. Todos los rincones de este lugar donde estoy, por más extraño que parezca, me recuerdan el lugar donde nos conocimos. La sombra de los pasillos que camino está destrozada por pequeños trozos de luz, no sé de dónde vienen, pero me recuerdan a la luz de nuestro pueblo.

A pesar de ver por primera vez estas paredes frías y firmes, no estoy en un lugar extraño, me siento bien. Por esta razón y por un breve instante, no pude encontrar la razón de usted no estar aquí conmigo, en esta luz igual a la de nuestro pueblo.

Estoy esperando el día en que te veré de nuevo.

Un beso de tu Ignácio.»