“Únicamente el ciclo de las veinticuatro horas y la radiación solar pueden enseñarnos cómo debemos construir. Detrás de ellos se revela todo el cosmos, avanzando hacia el hombre y aprestándose a estrecharlo sobre su pecho, como el hijo pródigo a quien quisiera restablecer sus derechos” – Le Corbusier

Se trata de una vivienda de pequeñas dimensiones desarrollada en un paisaje agrícola y ordenada según una trama ortogonal. Una trama de nueve cuadrados de tres metros de lado confluyentes todos ellos. Confluyentes también los distintos usos programáticos que pueden escoger su mejor lugar en función del ciclo solar y/o las vistas. Es este espacio indeterminado el que caracteriza finalmente la casa, un espacio indefinido en cuanto a programa y límites.

Un espacio de espacios reducidos cuyo ensamblaje en continuidad “circular” produce una amplificación del mismo que se ve potenciada por la disposición también continua, sin cortes, del cerramiento de paneles de vidrio que cierra su contorno. La vivienda evoluciona, se despliega libre e informalmente entorno a su núcleo de servicios central.

La arquitectura propuesta en esta casa busca ser una experiencia continuamente renovable (como un cubo de Rubik), una manera clara y directa de sentir e intentar convivir de un modo más fluido con el medio, alejado de las rutinas y convencionalismos que cada vez más nos impone la sociedad mediática actual.

En el campo se vive la extensión, la visión horizontal. La casa propuesta acepta esta característica, sin amedrentarse por la misma. Su situación en depresión nos acerca el horizonte, acotándolo, domesticándolo, al tiempo que nos permite la visión del cielo, la captura casi física del mismo.

Un patio dotado de una alberca modula el necesario tránsito entre exterior e interior, cualificándolo, y nos señala el acceso a la vivienda, de difícil reconocimiento, dado el carácter homomórfico de la misma.

La cubierta, toda ella accesible, se convierte en verdadera plataforma de observación de cielo y tierra, y de sus acontecimientos.